Extrañábamos sentarnos en el parque a tomar el sol.
Vivimos en un piso pequeño, donde apenas si hay lugar para estirarse, por eso siempre que podemos salimos al parque y nos sentamos a la sombra de los altos árboles. A veces apuramos un poco de vino, o un poco de cerveza, que es especialmente refrescante cuando las temperaturas suben como solo lo hacen aquí. El problema es que luego de varias cervezas, las nociones entre lo que está bien y lo que está mal comienzan a desaparecer…
También el tiempo se desvanece, porque sin darnos cuenta, las personas han comenzado a irse. Los veranos anochecen tarde, por lo tanto debe haber pasado mucho tiempo desde que estamos aquí, porque la oscuridad se ha apoderado del lugar. Este parque es particularmente oscuro, hace algunos años estaba más iluminado, pero eso solo hacía que más y más personas se quedaran hasta tarde y eso no les gustaba a las autoridades.
El silencio se hace presente. Ella se me acerca y me dice que quizás sea momento de irnos. Me lo dice en el oído y siento su aliento caliente, con un olor particular que me deja saber que está dispuesta. Es el mismo olor que tiene cuando estamos acostados en la cama, desnudándonos. Entonces me pregunto si podríamos acostarnos aquí también.
Le lanzo la idea, sin palabras, pero con un beso en el cuello, que trato de hacer delicado, pero a la vez sugerente. Quiero saber cómo reacciona su cuerpo. Quiero saber si verdaderamente lo desea o si son solo imaginaciones mías. Pero la manera en que su cuerpo vibra me hace saber que también lo desea. La piel se me eriza y pienso en qué haríamos si nos descubren, pero no me importa.
Quiero desnudarla, tocaré su pecho mientras ella me toca. Mientras me frota el falo de arriba abajo y luego baja un poco, a la parte más sensible, acariciando. Me gustaría que esto fuera el bosque, para hacerlo de esa forma, pero es solo un parque, basta con bajarse un poco los pantalones. Ya estamos húmedos ambos, muy húmedos..
Lo hacemos a la manera de los animales, incluso con la misma posición. Entra primero la punta y luego el tronco se desliza hacia adentro. Ella está apretada, pero me deslizo fácilmente porque también está mojada. La siento a punto de gritar un gemido y alcanzo a taparle la boca con la mano, y deberé mantener la mano ahí, porque ya no dejará de gritar.
Entro y entro con fuerzas, dándole todo de mí. Y ella se echa hacia atrás, dándome todo de sí, pidiéndome a través de la mano que le dé más y más duro, más y más duro. El milagro sucede, me corro y me quedo ahí, tieso, pensando que si en ese momento nos descubren, no me importaría. Pero nadie se acerca. En la oscuridad, nos limpiamos con toallas húmedas que ella siempre tiene a la mano y recogemos nuestras cosas.
Salimos del parque y de la oscuridad, mirando a los lados. Nadie nos vio. Quizás volvamos a hacerlo en otra ocasión, le digo, y ella me sonríe. Eso sí, con un poco de maldad en la sonrisa.