La tarde de un martes de noviembre, Isabel se encontraba en su trabajo sirviendo mesas, como era habitual su cabello rubio estaba recogido en una coleta y su uniforme de camarera estaba limpio, a pesar de las horas que llevaba trabajando. Su mañana había comenzado con normalidad y prometía convertirse en otro día igual a muchos, hasta que el sonido de la campana sobre la puerta indicó que llegaba un nuevo cliente. Aunque no alcanzó a mirar el rostro del hombre, se fijó de qué iba vestido con un fino traje gris, que se ajustaba perfectamente a su cuerpo musculoso.
Sin ánimos de tratar con niños pijos, tomó un menú y se acercó a la mesa lentamente. Le ofreció la carta de platos y esperó pacientemente un par de segundos.
― ¿Acaso no me reconoces, Isabel? ―Preguntó el hombre llamando la atención de ella.
Un vistazo a aquel rostro guapo bastó para que Isabel retrocediera en el tiempo a sus años del instituto, cuando había tenido su primer novio: Alberto. El mismo chico que ahora estaba sentado frente a ella y que había desaparecido sin decir palabra 5 años atrás, dejándola con el corazón hecho pedazos.
―Alberto, que sorpresa… ―dijo ella sin emoción mirándolo fijamente― ¿Qué vas a pedir?
―Estás muy guapa, Isabel ―dijo él mirándola con una sonrisa sexy― Por favor, ponme un café y de ser posible otro para ti, quizás puedas sentarte conmigo un rato…
Ella hizo una nota rápida en su libreta de órdenes y tomó el menú antes de retirarse sin decir palabra alguna. Ana, la otra camarera, se acercó rápidamente para descubrir quién era aquel chico, Isabel resumió la historia de ella con su ex, ganándose una sonrisa malvada de parte de su dulce amiga.
―Bueno, haz que trabaje por tu perdón ―Dijo Ana alzando las cejas con picardía― llévalo al baño y móntalo con rencor. Esos son de los mejores polvos, los que son hechos con rabia.
Isabel negó con la cabeza ignorando a su amiga, sin embargo un segundo vistazo al hombre que la miraba fijamente le hizo considerar sinceramente la opción. Muy pronto Isabel se encontró haciéndole un gesto con la mano a Alberto para que la siguiera al baño.
Entró en el baño de hombres y cuando Alberto apareció, cerró la puerta con su llave. Un vistazo a ese rostro le hizo saber que él estaba confundido, pero aquello no detuvo a Isabel, con una mano tiró de la corbata y le dio un beso profundo a esos labios que tanto había amado en el pasado. Las manos fueron rápidas entre los cuerpos y el pantalón de él cayó al suelo, revelando una polla lista para ser usada, mientras que ella subió su falda verde hasta arremolinársela en la cintura.
Alberto besó su cuello murmurando palabras que a los oídos de Isabel sonaron sin sentido. De pronto él busco en sus bolsillos un preservativo, que se puso rápidamente, Isabel aprovechó la oportunidad para subirse al lavamanos y abrirse de piernas lista para ser llenada completamente.
Alberto caminó torpemente hasta el lavamos y una vez ahí, entró en Isabel con un gemido bajo. Empujó contra ella con fuerza y desesperación, trabajando duramente por el placer de ambos.
―Joder ―Gimió Isabel, sintiendo un orgasmo golpearla con fuerza.
Alberto se corrió un par de empujes después y ambos quedaron jadeando, atontados por el placer tan intenso que habían compartido. Con un suspiro, Isabel lo empujó lo suficiente para bajarse del lavamanos y uso papel para limpiar su propia excitación.
―Tu café debe estar listo, te lo dejaré en la mesa ―Comentó Isabel sacando las llaves y abriendo la puerta dejando a un Alberto despeinado y con la ropa hecha un desastre.
Mientras Isabel dejaba aquel café en la mesa miró el reloj con una sonrisa, descubriendo que su jornada laboral había concluido y era hora de ir a casa. Se cambió de ropa rápidamente y salió del local despidiéndose de su amiga, quien la miraba con orgullo.
Nunca una venganza había sido tan dulce y placentera para Isabel.
Fin.