Mi barrio es un lugar muy mono, con edificios históricos y turistas todo el año. Los que vivimos en la zona estamos acostumbrados a los extraños que nos visitan hablando lenguas distintas y tomándole fotos a todo lo que ven. Lo que no era demasiado común, eran los nuevos vecinos, mucho menos si estos eran jóvenes. Las personas de mi edad, preferían vivir en lugares con una vida nocturna más agitada.
Por eso, cuando aquel chico cruzo el umbral de mi edificio cargando una vieja maquina de escribir, supe que algo interesante iba a suceder, por lo que me dispuse a prestar especial atención al recién llegado. La siguiente vez que coincidimos fue una semana más tarde frente al ascensor. Llevaba un libro rosa palido bajo el brazo y me basto con el color para identificar una novela de la sonrisa vertical. Sentí un cosquilleo en el estomago por lo revelador de aquel detalle.
−¿Es usted un escritor? −Pregunté cuando entramos juntos en aquella estrecha caja de metal.
−Si, lo soy −respondió con una sonrisa amable− me llamo David.
−Soy Elliot −dije, y con aquello dimos por finalizada la conversación.
Cuando me encontré solo en mi departamento, aquel cosquilleo en mi estomago bajo hasta mi sexo y me descubrí a mi mismo, masturbándome de pie contra la puerta de la entrada, pensando en la hermosa boca del vecino escritor. Mi orgasmo fue un vergonzoso espasmo que pareció vaciar mi interior, dejándome en blanco por largos minutos, sin posibilidad de entender lo que acababa de hacer.
La siguiente vez que me encontré con David fue en una plaza cercana a casa, estaba leyendo el periódico y me pareció un alma nacida en la época equivocada. Quise llevarlo a mi casa y meterlo sin ropa en mi cama.
− ¿Qué tal luce el panorama político según los periódicos? − pregunté a modo de saludo.
− Depende del que leas, según este, todo va muy bien y pronto cada Español podrá tener un auto de lujo al mes, si lo desea − respondió David dándome una mirada divertida.
Lo miré en silencio, divertido con su respuesta. Él me miró de vuelta, con curiosidad.
−¿Te gustaría venir a mi apartamento para follarme? −pregunté de pronto.
−Está bien −dijo tranquilamente David, sorprendiéndome con su respuesta.
Con una risa nerviosa le pedí que me acompañara y estuvimos todo el camino en un silencio expectante. Hasta que la puerta de entrada se cerro. El David tranquilo desapareció en el momento en que me atrajo de espaldas hacía él, haciendo que mi espalda chocara con su pecho. Mi pantalón fue bajado en segundos y escupiendo su mano, se dedicó a masturbarme ahí mismo, ambos de pie en la entrada de mi apartamento. Su polla aprisionada en el pantalón se restregaba contra mi culo, mientras sus manos me hacían ver estrellas. Era la mejor paja que me habían hecho en mi vida.
−¿Quieres correrte? − me preguntó al oído con la voz cargada de deseo.
−Si, por favor −alcancé a decir.
Su mano aumentó progresivamente la velocidad y para cuando pude volver a tener un pensamiento coherente, me descubrí a mi mismo mirando aquel liquido lechoso en el suelo, producto de mi orgasmo.
Un teléfono sonó fuertemente en el lugar. David atendió la llamada y con una maldición colgó.
−Debo irme −dijo reajustándose la polla dura en el pantalón y acercándose más a mí− Vendré en unas horas, no olvides limpiar lo que está en el suelo… con tu boca.
Mi respuesta fue un gemido bajo. David salió del apartamento y en todo lo que podía pensar mientras caía de rodillas, era en que a veces un nuevo vecino es una grata sorpresa.