Siendo un hombre promedio en una familia española común, crecí con ciertos prejuicios propios de mi generación, los cuales parecían condicionar mi vida de una manera que no comprendí hasta muchos años después. De adolescente los homosexuales me producían rechazo, mi papá siempre me enseñó que ser un hombre de verdad, también significaba pensar de cierta forma específica y actuar en consecuencia. Al hacerme mayor, el rechazo se convirtió en indiferencia, me daba muy igual lo que los chicos que gustaban de otros chicos, hicieran con su sexo y su culo. Yo estaba en otras cosas, específicamente pensando y muriendo un poco por un buen coño que calentara mi polla, mi cama y mi corazón.
Era inevitable que, gracias a esta forma de pensar, incluso mi sexualidad estuviera condicionada hasta el punto de volverse rutinaria con el paso de los años. Besos, comerme el par de tetas, comerme el coño, follarla en la posición del misionero, en perrito o, si me sentía muy creativo, follarla de pie. Esto fue durante muchos años hasta que conocí a Laura.
Tenía 39 años cuando la conocí gracias a unos amigos, había pasado por mi reciente divorcio y me sentía totalmente a la deriva. Lo primero que Laura me dijo al verme era que necesitaba un cambio urgentemente, recuerdo sentirme extrañado por sus palabras.
—¿Te refieres a mi look? —pregunté intentando peinar un poco mi cabello.
—Me refiero a tu vida, en general —respondió ella. En otra circunstancia aquello me hubiera irritado, pero en ese momento lo sentí como una señal divina.
Acordamos encontrarnos la tarde del siguiente viernes en su apartamento. Ella prometió algo nuevo y yo estuve toda la semana pensando toda clase de cosas obscenas, aunque al final lo sucedido nunca estuvo en mis planes. Cuando llegó el día me recibió en bata y me hizo pasar a la sala donde me sirvió una taza de café.
—¿Alguna vez has tenido sexo anal? —me preguntó Laura directamente, dejándome completamente en blanco.
—Pues no, pero si tú estás dispuesta, yo podría intentar… Ya sabes, darte por detrás —ante esta respuesta ella pareció confundida, pero muy pronto comenzó a reír.
—Me refería a que me gustaría darte por detrás a ti —dijo ella finalmente.
Mi primera reacción fue ponerme de pie y mirarla ofendido, aunque luego tomé asiento nuevamente e intenté calmarme.
—No soy gay —respondí irritado.
—Lo sé —dijo ella con total sinceridad— venga, vamos a intentarlo y si no te gusta paramos, ¿qué te parece?
No sé qué me hizo asentir con la cabeza, pero apenas lo hice, Laura se lazó contra mí y comenzó a besarme con total abandono. Sus dedos delgados y agiles me sacaron la ropa con rapidez, excitándome de una forma que no experimentaba desde mi adolescencia. Estaba tan caliente que me dolía la polla y cuando su cabeza bajó hacía mi entrepierna, creí que iba a encontrar por fin un poco de alivio.
Estaba equivocado.
Lo que hizo Laura fue comerme el culo con una destreza que me dejó sin aliente, estimulándome de una manera que nunca antes había sentido, haciendo que mi polla se pusiera aún más dura. Sin previo aviso un pequeño dedo invadió mi canal, poniéndome a la defensiva, pero ella me calmó dándole una larga lamida a mi polla. Lo siguiente que sentí fue un golpe de placer tan grande que sentí ganas de gritar. Laura seguía golpeando con su dedo largo un punto dentro de mí que me hacía perder la razón, mientras sus labios devoraban mi polla. Las sensaciones eran las nuevas y fuertes que llegue a la cumbre en unos minutos, con un golpe tan fuerte que me maree unos instantes.
Mientras me recuperaba del demoledor orgasmo, solo podía pensar en lo estúpido de haberme perdido ese placer por años debido a los prejuicios.