Primerizo en la sodomía parte 1

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Siendo más joven, caería en mis manos un libro que no es recomendable leer antes de los veinte. No por su contenido explícito puesto que, en esta época, los jóvenes pueden incluso llegar a estar más ilustrados en cuestiones sexuales que sus padres, pero aquel libro presentaba un lenguaje que se me hacía muy difícil de entender, pues las escenas eróticas eran descritas con eufemismos. Por aquel entonces, buscaba algo más pornográfico que artístico, algo que me sublevara y me excitara, algo que llevara mi imaginación a volar lejos y que encendiera una ardiente erección dentro de mis pantalones, pero me encontré con un libro más bien filosófico.

No fue mucho lo que disfruté a ese francés que ustedes seguro ya conocen, pero hay una escena específica que debo salvar de aquel relato. Una escena que se quedó tatuada en mi memoria y que, desde aquel momento, ha sido muy importante en mi vida.

La escena, explicada de forma sencilla, se trataba de la protagonista siendo víctima del vicio de unos sacerdotes. Estos religiosos, lejos de disfrutar el sexo tradicional, tenían una obsesión con el sexo anal y esta chica se iniciaba en estos menesteres, aunque de forma muy violenta.

Desde que leí aquella parte, no podía dejar de preguntarme cómo se sentiría aquello, pero de una forma consensuada y menos violenta. Con preparación previa, plug, estimulación y lubricante. Pero, siendo joven, el sexo casi siempre es apresurado, furtivo, impaciente, porque difícilmente se cuenta con un sitio propio y todo debe ser apresurado porque o se vive en casa de los padres o se vive en un piso compartido.

Viéndome imposibilitado a cumplir mi fantasía más recurrente, mi mayor fuente de excitación para la autosatisfacción, el deseo no hacía otra cosa que crecer. Aunque cada vez que tenía una nueva pareja sexual deseaba cumplirlo, las negativas que recibía me hicieron desistir y solo mantener el sexo anal para mis sesiones a solas, haciéndome con un masturbador que emulaba muy bien un ano, pero que no lo era.

Mi fantasía se cumpliría sin que yo lo buscara. Aquella mujer era fina y elegante, con el pelo recogido en un moño exquisito, una mirada orgullosa, pechos como limones y un buen par de piernas. Dicha mujer era madre de una chica con quien por aquel entonces trabajaba. Aunque muy parecía a su progenitora en lo sensual, gustaba de las mujeres, igual de sensuales que ella. Por casualidad entablé conversación un día con aquella mujer, por casualidad hablamos de libros y, como cosa del destino, me mencionó a aquel francés, elogiándolo por su contenido. Me sentía en confianza, habíamos tomado unas cuantas copas de vino y le mencione que no me gustaba, que yo prefería algo más directo pero le referí mi escena favorita, midiendo las palabras (porque no tenía intenciones carnales con aquella mujer) pero pude ver en sus ojos que conocí muy bien aquella escena y que lo que había escuchado le había gustado. No volvimos a hablar del tema, pero aquel día tuve un estupendo sueño donde, por accidente, veía aquella mujer desnudarse y darse placer a sí misma, llenándose por completo.

A la mañana siguiente decidí desechar aquellos deseos y disfrutar de la compañía de esa estupenda mujer más como una amiga, madura y conocedora del mundo, que como una posible pareja sexual. Aunque con el pasar del tiempo, ella tendría una sorpresa para mí…

 

Continuará.