Un placentero proyecto

Conocí a aquel chico hace algún tiempo, y a pesar de la conexión instantánea que sentí al mirarlo a los ojos, un abismo nos separaba.

Trabajamos en el mismo lugar, una aburrida oficina donde nunca sucedía gran cosa. Y a pesar de que nuestras conversaciones le daban un poco de vida a los días, sabía que debía mantener mi distancia con él.

Ciertamente había notado la forma en que lanzaba ciertas miradas furtivas hacia mi entrepierna, como también a mi pecho apenas contenido dentro de la camisa. Y más de una vez pude darme cuenta de que en vez de mirarme a los ojos, estaba mirando mis labios. Pero más allá de esos indicios, no parecía estar muy inclinado hacia los hombres.

Más de una vez lo miré coqueteando con las chicas guapas de la oficina (que eran varias), pero conmigo nunca mantuvo más que una relación respetuosa y cordial, si se quiere casi formal, sin llegar a tener un trato de amigos, a pesar de todas las veces en que charlamos sobre distintos temas en los cuales teníamos opiniones similares.

Pero un día sucedió lo inesperado.

Nos asignaron un proyecto para realizarlo juntos, uno de gran envergadura, que requería todo nuestro esfuerzo. Y durante casi un mes nos dedicamos exclusivamente a ese proyecto, sin embargo nuestra relación seguía siendo muy formal, lo que permitió el rápido desarrollo de la tarea.

Un viernes fue el día en que terminamos con aquel largo trabajo.

Nos quedamos horas extras en la oficina. Ambos tecleábamos furiosamente para terminar lo más pronto posible y poder irnos a disfrutar de nuestro fin de semana con la paz mental que da el haber concluido una larga labor. Pensábamos que estaría listo antes del anochecer, pero eran las 10 de la noche y nosotros aun seguíamos tecleando.

Cuando el reloj dio las 10:30, ante mis ojos dudosos, aquel chico me mostró una petaca de aluminio y me ofreció un trago.

—Toma un poco —me dijo mirándome a los ojos— quizás esto sea lo que necesitamos para acabar.

No lo pensé y le di un largo trago. El líquido caliente corrió por mi garganta, quemándome al igual que el deseo por aquel chico.

Ciertamente el trago me ayudó a teclear con más soltura, igual que él. A esa hora pensábamos que no íbamos a lograr terminar el trabajo, pero luego de varios tragos, la tarea se hizo más fácil y ya a la 1 de la mañana habíamos terminado con ese gran proyecto, pero a la vez nos encontrábamos ambos un poco ebrios.

Cuando estuvo listo, no pudimos más que darnos la mano y abrazarnos por un trabajo bien hecho. Pero con el perjuicio de que, cuando nuestras carnes se unieron por primera vez, nuestros cuerpos no pudieron evitar en reaccionar y sendas erecciones surgieron en los pantalones de ambos.

Nuestros labios se unieron en un beso húmedo, apasionado, desenfrenado. Un beso de dos hombres que se han estado deseando durante mucho tiempo y que por fin puede dar rienda suelta a su goce.

Él tomó el control y me abrió la camisa para besar mi pecho. Con besos fue bajando hasta encontrarse con el pantalón, que abrió con la destreza de alguien que está acostumbrado a desnudar. El pantalón no había tocado el suelo y mi carne ya estaba dentro de su boca, siendo succionada, lamida, engullida.

Nunca un hombre me había comido de esa forma, con tanta hambre y con tanta delectación. Tenía deseos de entrar en él, deseos reales de penetrar en su carne y sentir su culo duro contra mis manos, pero él tenía otros planes. Así que me consumió hasta que, casi sin quererlo, me corrí dentro de su boca, llenándolo de mi esencia. Entonces lo levanté y lo besé en los labios, disfrutando a la vez de su sabor y del mío propio.

Besándolo sentí deseos de agasajarlo de la misma forma en que él había hecho conmig0o, así que no pude evitar descender para devorarlo, dando así por inaugurada una noche donde mancillaríamos la oficina en todos los sitios posibles, solo para volver el lunes, como si nada hubiera sucedido.