Un verano más caliente de lo normal

Lo que más me gusta del verano es el calor. Pero no el calor que te produce la temperatura. Me refiero al calor que se siente cuando, en medio de una temperatura alta, enciendes tu cuerpo (bien sea tocándote, bien sea siendo tocada) y una sensación de estarte quemando te invade por completo; se te hace difícil respirar, te llenas de sudor por completo, hay algo quemándote dentro y, cuando logras llegar, te sientes como si tu cabeza estuviera en Marte.

No es lo mismo en las otras estaciones; la primavera es bochornosa, el otoño es gris y el invierno, aunque genera un calor similar, termina por lastimarte las fosas nasales y la garganta. Solo en el verano se puede sentir ese gusto de estarte quemando sin llegar a hacerlo. Y si, luego de hacerlo, te das un baño frío, casi como apagando un incendio, os prometo una sensación inolvidable.

Casi todos los días de verano he estado dándome esa sensación en soledad, con distintos juguetes comprados en https://sexyshop.es/. Juego a hacerlo todas las veces que pueda, hasta que siento que me estoy deshidratando y tengo que parar. Juego a hacerlo hasta que no pueda más y, sin embargo, cuando puedo más, sigo sintiendo que quiero más. Porque me hace falta algo más.

Él llegó por casualidad. Estaba disfrutando el verano, según me contó. En su país, incluso en esta época, hace frío y estas sensaciones que le daba tener tanto calor le gustaban mogollón. Todas las palabras las pronunciaba llenas de acento y a mí me encantaba oírlo, y me preguntaba si sentiría lo mismo que yo.

Quise averiguarlo, llevándolo a mi piso. En la habitación calurosa, con las ventanas cerradas y el vapor, casi como un sauna, entramos, besándonos. El calor desde la nariz hasta la garganta, desde el vientre hasta el estómago se apoderó de mí. Casi la misma sensación que tengo cuando sé que voy a jugar con mis juguetes de chica mala, solo que más fuerte. Él también, respirando entrecortado, rojo, conforme nos sumergíamos, nos buscábamos más.

Nos desnudamos y a chuparlo. Quería sentir al máximo esa sensación de no poder respirar. Similar a cuando te están ahorcando, pero más intensa. Y me lo estaba tragando, y ahogándome y quemándome.

Pero quería más, lo quería dentro. Besándolo, robándole el aliento (y dejando que me robara el mío), nos echamos en la cama. Con mis piernas lo más cercanas y a mi cabeza y lo más abiertas posible, lo dejé entrar hasta el fondo, muy hondo, muy hondo. No dejes de besarme, le exigí, róbame el aliento. Y mientras su boca no me dejaba respirar, ahogándome, sentía otras muertes, siento empalada y siendo quemada. Y él, incluso como un verdugo, también se sentía morir.

Así llegó la pequeña muerte que llamamos así, muerte que es llegar al orgasmo y dejarlo todo. Primero él y, con él dentro, solo me bastó tocarme un poco para tragármelo, en un orgasmo yo también. Y aunque nuestros genitales se detuvieron, nuestros labios no lo hicieron y nos seguimos besando en esa posición de compenetración hasta que, literalmente, estuvimos a punto de ahogarnos. Solo entonces nos levantamos y nos dimos una ducha fría, juntos.

Solo en verano uno puede sentirse tan bien así.